Por Sergio Félix González Murguía
Han pasado tres semanas desde que el 27 Festival Internacional de Ballet de La Habana Alicia Alonso corrió sus cortinas por última vez y aún quedan frescas en la memoria la emoción, los aplausos, la destreza de los bailarines sobre la escena. Pero sin duda, entre tantas primeras figuras que asistieron a esta edición de la fiesta de la danza en la Mayor de las Antillas, Joaquín de Luz es un capítulo imprescindible.
Al final de este viaje, recibió el agasajo de los intelectuales cubanos, quienes reconocieron su entrega al arte danzario con el Premio Internacional Honorífico de Danza “Josefina Méndez”. Antes, recibió el aplauso del público cubano que lo disfrutó en las diferentes facetas en que participó de la gran celebración escénica.
Atrás queda la noche delirante que protagonizó junto a María Kochetkova durante la temporada de Giselle, en la sala Avellaneda. Con Cinco variaciones sobre un tema, nos mostró mucho de su personalidad, bromista y carismática. Luego volvería a escena junto a la bailaora Sara Calero en el dueto Eterno, un fandango homenaje a la obra de Picasso.
Con la presentación del documental Hasta el Alba, dirigido por Horacio Alcalá, en los días iniciales del Festival, tuvimos la oportunidad de conocer lo que ha estado cocinando Joaquín de Luz junto a los muchachos de la Compañía Nacional de Danza de España, institución que dirige desde 2019.
Joaquín de Luz deAlbrecth en Giselle
Cuando nos quisimos dar cuenta, ya estábamos estremecidos con la temporada de la versión de Carmen, a cargo del sueco Johan Inger, que esa compañía comandada por De Luz trajo para cerrar con broche de oro un Festival de Ballet que tiene impreso el sello de versatilidad y amor de uno de los bailarines internacionales más viscerales y virtuosos que pasaron por los escenarios cubanos en esta edición.
Por aquellos días de puro delirio escénico era posible encontrar a Joaquín de Luz en cada uno de los eventos que propuso el Festival, hacerle preguntas, conversar de sus impresiones sobre el ballet cubano, la escena internacional, el futuro, el pasado, sus anhelos creativos y, sobre todo, el empeño por dar lo mejor sobre el escenario para este artista a sus 46 años de edad.
“Pienso que el arte tiene que ser para emocionar y llegar al público, establecer ese puente entre ambos; sino solo entretiene y para entretenerme, me voy al circo. Me gusta el paquete completo, usar la técnica como un vehículo o herramienta, pero que me dé libertad para interpretar, para compartir emociones con la compañía, mi partenaire y el público. Lograr esa emoción tiene un valor incalculable para el bailarín, como sucedía, por ejemplo, con Vladimir Vasiliev: él salía en Espartaco, hacía un movimiento y entendías todo. A mí me gusta ese tipo de artista”, aseguraba De Luz en una conversación que sostuvimos una mañana en la sede del Ballet Nacional de Cuba, durante uno de sus descansos entre ensayos.
Joaquín de Luz en Eterno
Ejecutaba durante otra mañana con María Kochetkova algunos pasajes de Giselle y, en medio del entrenamiento, a Joaquín se le veía simular un zapateo, de forma muy natural, como si a un cubano le da por improvisar un tumbao para destensarse. “Ahora estoy quitándome la espina del baile flamenco, porque siempre he sido un enamorado de ese género, lo estudié cuando era niño y, de hecho, antes de irme a América (por casi dos décadas alternó como primera figura en compañías como New York City Ballet y American Ballet Theatre) me ofrecieron entrar en el Ballet Nacional de España, hoy Compañía de Danza Española, solo que la aventura que suponía América pudo más”.
“En lo sucesivo, como bailarín, hay varios proyectos de colaboraciones con alegorías flamencas que quiero hacer. Luego haré cositas aquí y allí, me quitaré otra espinita también el invierno que viene bailando El joven y la muerte, de Roland Petit, un ballet que tenía en el tintero, pero la verdad que me siento muy satisfecho y agradecido con todo lo que he hecho con toda mi carrera, que ha sido muy buena”, aseguraba en medio de la vorágine de aquellos días de Festival en La Habana.
¿Qué deja Cuba en ti?
Puedo decirte que yo dejo una parte de mi alma aquí. Participar esta vez en el Festival ha sido tan emotivo que es difícil expresar con palabras lo que me llevo, lo que dejo. Pienso que queda una unión todavía más fuerte en mi corazón de lo que siento por este país y este pueblo. Me llevo el alma llena de humanidad y eso es lo más importante.
Un broche dorado el de esta gran celebración danzaria con la temporada de la versión de Carmen que defiende la Compañía Nacional de Danza (CND) ¿Satisfecho?
Creo que cerrar con la compañía y esta versión de Carmen ha sido valiente. Aplaudo a Viengsay porque no es fácil, a veces, apostar por algo diferente y eso le honra. Le honra al público ser tan receptivo: la prueba la tuvimos con su reacción. Yo estaba un poquito nervioso, no voy a mentir.
Ha sido para mí, personalmente, un broche de oro a tres semanas de sueño como artista. Yo vengo de un pequeño pueblo a las afueras de Madrid y siempre fue un anhelo bailar en el Lincoln Center, donde vi danzar a los grandes, pero este sueño que estoy viviendo ahora no lo hubiera imaginado, pero sucedió.
La gran aceptación que tuvo la CND entre el público del Festival da fe del buen talento que está cosechando la agrupación.
Es una compañía bastante eclética, no tenemos escuela; entonces no es como aquí: ya me gustaría. Es una de las cosas que he pedido para que haya una homogeneidad estilística, pero estamos lográndola través del trabajo en el estudio. Con el repertorio que se trae a la compañía creo que estamos logrando tener una identidad propia; los bailarines tienen mucha personalidad, mucho duende, como decimos nosotros en España, y ese es el camino. Creo que tenemos que diferenciarnos de otras agrupaciones por esta vía, ya que no es una compañía de autor. Son 52 bailarines y nos nutrimos generalmente de los cuatro conservatorios de Madrid y, la verdad, generan bastante talento. Y luego, nos llegan intérpretes del resto de Europa, italianos, franceses, algún americano, y algunos cubanos como Yanier Gómez.
Cuando me ofrecieron dirigir la Compañía Nacional de Danza de España, fue un gran sentido de la responsabilidad. Volver a tu país y tomar las riendas de la única compañía que en realidad hay de ballet grande es un gran reto. Ver qué puedo aportar, siempre me lo cuestiono. Es un poco similar a mi nueva realidad como papá. Lo comparo siempre: cómo quiero que me conozca mi hijo y que le puedo aportar; cómo le puedo pasar mis valores igual que cómo le transmito principios a las nuevas generaciones de bailarines y experiencias sobre lo que he aprendido en mi carrera.
Es un reto que no me lo tomé a la ligera; pensé mucho cómo quería abordarlo y cuál sería mi visión, mi dirección para la compañía. Me he rodeado de gente que es muy buena, he delegado muy bien y ese legado artístico de Nacho Duato y José Carlos Martínez también ayuda mucho. Creo que eso me ha ayudado y me ha dado más fuerza todavía para afrontar el reto. Entré con mucho ímpetu, muchas ganas y todavía las tengo.
Joaquín de Luz y Sara Calero en Eterno
Para no perder la pista a la Compañía Nacional de Danza, ¿qué será lo próximo?
En diciembre estaremos presentando un programa concierto donde incluiremos Love fear loss, junto al pianista cubano Marcos Madrigal. También tendremos dos estrenos: uno de Valentino Zucchetti, un coreógrafo italiano del Royal Ballet, y otro mío, con música de Philip Glass, que finaliza el programa. Luego estaremos iniciando el próximo año con una gira por Colombia con nuestra versión de Giselle.
¿Veremos a Joaquín de Luz en el 28 Festival Internacional de Ballet de la Habana Alicia Alonso?
Seguro. No sé con qué capacidad todavía, pero seguro que sí y estoy en contacto con Viengsay para hacer alguna colaboración entre la compañía y el Ballet Nacional de Cuba. Creo que esta experiencia nos ha unido: somos dos pueblos hermanados, ¿por qué no ser dos compañías hermanadas?