Miguel Cabrera García.
Nuestra Alicia Alonso, quien durante casi nueve décadas como bailarina, coreógrafa, y directora contribuyó con su arte genial a poner el prestigio de su Patria en el más alto sitial en las cuatro esquinas del mundo, celebraría este año el centenario de su natalicio.
Nacida el 21 de diciembre de 1920, en el reparto Redención, popular barriada de Marianao, en un modesto hogar formado por Antonio Martínez Arredondo, teniente veterinario del ejército, y Ernestina del hoyo y Lugo, refinada modista, nuestra ilustre compatriota encontró en la danza, desde muy temprana edad, la vocación que guiaría toda su vida. Su ruta estelar, iniciada en la Escuela de Ballet de la sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, en 1931, se vio obligada a tomar nuevos derroteros al tener que marchar al extranjero por el escaso nivel, los prejuicios y el carácter elitista que enfrentaba el ballet en la Cuba de entonces. Trazar su órbita artística profesional es tarea ciclópea, pues abarca desde las comedias musicales de Broadway, el Ballet Caravan, el Ballet Theatre de New York, el Ballet de Washington y el Ballet Ruso de Montecarlo, hasta sus colosales triunfos como estrella invitada de las más relevantes compañías, festivales y galas de ese género artístico en todo el mundo. Su excepcional categoría de prima ballerina assoluta no obedeció a una petulancia jerárquica, sino al dominio de un vasto repertorio de 134 títulos que abarcó las grandes obras de la tradición romántico-clásica y creaciones de coreógrafos contemporáneos.
Cuando el 28 de noviembre 1995, en el Teatro Massini de la ciudad italiana de Faenza, hizo un alto en su trayectoria como interprete, ya había logrado establecer un record difícil de igualar, no solo por el tiempo de vigencia sobre las puntas, sino por el nivel de excelencia con que lo hizo.
Pero la grandeza de la Alonso, para nosotros sus compatriotas, no radicó solamente en habernos representado triunfalmente en 65 países, recibir las más atronadoras ovaciones, imposible de contabilizar, de Helsinki a Buenos Aires, de New York a Tokio o Melbourne, sino haber puesto todos los honores recibidos, entre ellos los centenares de premios y distinciones nacionales e internacionales, al servicio de la cultura de su Patria, revertiéndolos como frutos del quehacer que ella vio siempre como modesta contribución no sólo a su cultura, sino a la cultura danzaría mundial.
Hace más de medio siglo, al regresar a nuestro país cargada de honores extranjeros, no vaciló en declarar: “Toda mi esperanza y mis sueños consisten en no volver a salir al mundo en representación de otro país, sino llevando nuestro propia bandera y nuestro arte. Mi afán es que no quede nadie que no grite: ¡Bravo por Cuba!, cuando yo bailo. De no ser así, de no poder cumplir ese sueño, la tristeza sería la recompensa de mis esfuerzos”.
Esa patriótica postura la había llegado a fundar, junto a Fernando y a Alberto Alonso en 28 de octubre de 1948, el hoy Ballet Nacional de Cuba (BNC), y en 1950 la Academia de Ballet que llevo su nombre y tuvo la tarea histórica de formar la primera generación de bailarines dentro de los principios técnicos, estéticos y éticos de hoy mundialmente reconocida escuela cubana de ballet. Con mano firme supo situar al BNC entre las compañías de mayor prestigio a nivel mundial y calorizar un sistema de enseñanza que hoy abarca la totalidad de la Isla, así como Talleres Vocacionales que son la garantía del ballet cubano. A ello habría que añadir su papel decisivo en la colaboración internacionalista que en el campo del ballet Cuba ha logrado extender a casi medio centenar de países de América, Europa, Asia y África. Pero en una ocasión como la de hoy, resulta imperioso deber afirmar que hay otras Alicias que están más allá de esas hazañas y de sus milagros escénicos como Giselle, Odette-Odile, Swanilda, Lisette, Kitri, Aurora, Carmen, Yocasta, La diva, Carolina, At o Lizzie Borden por solo citar los más familiares. Es la Alicia guía y mentora, que con su don aglutinador logró convocar en La Habana, en 26 Festivales Internacionales de Ballets, a las más célebres personalidades de la danza, en una fiesta de arte y amistad que ha cumplido ya más de medio siglo; y está también lo que hemos visto dar la mejor entrega de su magisterio, lo mismo en escenarios de la más alta prosapia que en rústicas tarimas, en plazas públicas, fábricas, escuelas y unidades militares, consciente de que al pueblo, cualquiera que éste sea, siempre se asciende y nunca se desciende.
Los que tuvimos el privilegio de estar a su lado, conocimos también el extraordinario ser humano que había en ella, que por coraje y férrea disciplina no se dejó derrotar nunca por quebrantos físicos, vicisitudes o incomprensiones.
Una vez, cuando 50 años atrás inicié el privilegio de su cercanía le pregunté por qué disfrutaba tanto festejar cada cumpleaños. Sin vacilar me respondió: “Porque es la afirmación de que estoy viva y de que me queda mucho por hacer”.
Es a esta mujer, única y múltiple, real y mítica, a los que muchos admiraron como leyenda intangible a la que le rendimos tributo hoy, en que paradójicamente conmemoramos el año del centenario de su natalicio y el primer aniversario de su desaparición física. Fue ese ser humano que, con su gran sentido del humor, no prestaba atención al devenir de los calendarios, sino era para poner en agenda las coreografías que planeaba crear, los pocos lugares que le quedaban por conocer o los muchos planes por realizar. Fue la Alicia nuestra, que, aunque bañada de cosmopolitismo añoraba siempre oír los cantos de nuestros gallos, la que gustaba del olor al salitre de su Malecón habanero, donde deseaba comer mariquitas de plátanos fritos, la que valoraba la mariposa y el coralillo como las flores más exquisitas, o se fascinaba con los adelantos científicos y los misterios del cosmos.
Poco antes de su muerte, su obra mayor, en Ballet Nacional de Cuba fue declarado ¨Patrimonio de la Cultura Nacional¨. En el vivirá por siempre, más allá de la muerte física.