Por Rafael Lara González
La cultura popular tradicional tiene una razón de ser en sí misma: constituir una definición de la soberanía nacional y con ella un recurso de defensa de la independencia del país
Joel James ( 1 )
La cultura popular tradicional constituye un patrimonio de inestimable significación para todo pueblo, en él se expresan valores de la nacionalidad que nutren y fortalecen, en un proceso de dinámica recreación, la identidad nacional.
En este sentido, Cuba posee amplios precedentes de trabajo y múltiples resultados en los órdenes artístico, docente, investigativo, museológico y, muy especialmente, en la práctica cultural misma. En muchos años de existencia y como parte de los estudios realizados en el campo de la ciencia, la antropología, la historia, y la cartografía para la confección del Atlas Etnográfico de Cuba, se estimularon en campos y ciudades de nuestra isla diversas prácticas sociales, por lo que significó para varias comunidades el reconocimiento de su génesis como resultado de la influencia de varias culturas durante siglos, que provenían de todos los lugares y continentes del mundo.
De gran importancia es la existencia de individuos, familias, grupos y comunidades portadoras, como baluartes en la preservación de nuestros valores identitarios, así como en la salvaguardia del Patrimonio Cultural de la Nación. Sus actividades constituyen una necesidad familiar, vecinal, social, por tanto comunitaria, y en su mayoría sus proyecciones son predominantemente ceremoniales o festivas, generando así en cada localidad una participación mutualista y colectivista.
Estamos en presencia de elementos dinamizadores y esenciales en el logro de la sostenibilidad cultural, pues constituyen saberes y conocimientos que se manifiestan de forma espontánea y dinámica, que unido a su perdurabilidad, le brindan la impronta necesaria, convirtiéndolos en procesos mayoritariamente arraigados en su entorno.
Como presupuestos esenciales a tener en cuenta en nuestro desempeño, identificamos los siguientes:
-La preservación de la autenticidad de todas ellas, respetando el dinamismo con que tienden a desarrollarse dentro de su propio contexto sociocultural.
-El trabajo con los descendientes de inmigrantes de las diversas culturas existentes en cada comunidad.
-La voluntad de ofrecer un seguimiento especial al trabajo con niños como continuadores de estas tradiciones.
-La realización de estudios investigativos de campo con los informantes y practicantes de cada comunidad.
De este modo, a lo largo de muchos años, hemos trabajado para valorar el alcance de la cultura popular tradicional, en su vínculo con cuestiones propias de la política cultural y su aplicación en este ámbito, sus logros y limitaciones, su relación con diversos asentamientos humanos, independientemente de la existencia o no en cada territorio de reconocidas instituciones culturales.
Hemos insistido en reconocer el papel de la cartografía cultural y el estudio de la cultura popular tradicional como instrumento para subrayar la riqueza de la diversidad cultural porque, a partir del conocimiento acumulado, los portadores y gestores de la cultura popular tradicional son objeto de reconocimiento social, lo que representa un impacto favorable para elevar la autoestima, el sentimiento de dignidad personal y grupal, así como el amor por lo propio, independientemente del respeto, preferencia o rechazo hacia las expresiones de otras culturas.
El sistema institucional de Casas de Cultura de la República de Cuba presenta dentro de su encargo social el de la salvaguardia de la Cultura Popular Tradicional, devenido en la atención de aquellas expresiones y manifestaciones del Patrimonio Cultural Vivo que se generan en los escenarios más locales, resultado del fomento de saberes y conocimientos heredados y transmitidos por individuos o grupos humanos del propio proceso de formación etnocultural o etnodemográfico.
En la actualidad contamos con 93 agrupaciones músico-danzarias portadoras de la cultura cubana, en la que diferentes agentes institucionales y comunitarios, en conjunto con investigadores y académicos, promulgan, viabilizan y salvaguardan sistemáticamente.
Cuba cuenta con una larga experiencia, puede decirse que hasta centenaria, si tomamos en consideración la lectura crítica de la obra de los precursores, es decir: lexicógrafos, viajeros, costumbristas, grabadores, pintores, caricaturistas y fotógrafos, que ha permitido estudiar y conocer este tipo de valores patrimoniales, no identificables con grandes construcciones, con obras de arte primorosamente elaboradas, con sitios representativos de hechos históricos, ni con otros elementos objetuales, sino con el saber acumulado de una generación a otra en el dia a dia. Estos valores, que pueden estar limitados a una persona, o ser de conocimiento colectivo, forman parte del núcleo central de la diversidad cultural, de la capacidad humana de interactuar con sus ecosistemas de manera diversa según los contextos, y al mismo tiempo, forman el sentido de pertenencia a ese sitio y de diferencia respecto de otros.
Varias décadas antes que determinados organismos internacionales, como la UNESCO, hicieran un llamado para colocar el centro de atención mundial en los valores patrimoniales que se transmiten oralmente mediante saberes, técnicas y habilidades de personas, grupos y comunidades, en Cuba- como en otros países de América Latina y el Caribe- ya se estudiaban, publicaba y, de cierto modo, se protegía lo que unos han identificado como folclore (en su originaria acepción positiva (saber del pueblo) y otros han reconceptualizado como cultura popular tradicional, para diferenciarla, al menos operacionalmente, de la acuñada “cultura popular” y del alcance invasivo de los medios masivos de comunicación , muchos de cuyos mensajes nada tienen que ver con lo que cada pueblo crea y consume por sí mismo, independientemente del intercambio con otros grupo humanos. (GUANCHE Pérez, Jesús. La cultura popular tradicional en Cuba: Experiencias compartidas. Introducción. Editorial Adagio. La Habana. Cuba. 2009. pp 9).
Esta idea es clave para repensar las prioridades de la política cultural y la adecuada salvaguardia de la cultura popular tradicional, en tanto patrimonio de la nación, pues la cuestión no radica en desvelar el misterio en todos los detalles, sino en facilitar que el milagro sea capaz de resistir los embates del tiempo y las amenazas del olvido.
Como reflexión imprescindible se impone la dinámica en la identificación de personas, agrupaciones y comunidades portadoras de determinadas características culturales, susceptibles de ser estudiadas en su contexto, por lo que se necesitan diversos indicadores que faciliten el reconocimiento de las entidades portadoras:
a). Demarcación territorial relativa, vinculada a formas primarias de sobrevivencia económica y a modos particulares de poblamiento y asentamiento de las minorías o grupos, donde se fueron motivando y configurando las diversas expresiones que hoy se consideran propias de alguna región, territorio o comunidad.
b). Estructuras jerárquicas con altos niveles de definición y ejercicio del liderazgo, sobre todo entre las expresiones vinculadas con las prácticas de las religiones populares.
c). Presencia de fuertes lazos de consanguinidad y parentesco entre los miembros de un mismo grupo, así como comunidad de rasgos etno-culturales.
d). Comunidad de intereses en torno a una determinada práctica tradicional que le confiere un significado representativo y efectivo valor funcional. (VÉRGES Martínez, Orlando. Revista Del Caribe. Casa del Caribe. Rasgos significativos de la cultura popular tradicional cubana. 1998. pp 33)
En Cuba, aún perviven diversas manifestaciones portadoras -de carácter popular tradicional- en el medio familiar y comunitario, en el que desempeñan funciones ceremoniales o de índole recreativo, como una necesidad espiritual del individuo y de la colectividad, imposibles de ser implantadas por las expresiones danzarias populares o por formas ajenas a nuestra identidad, promovidas por lo medios masivos de comunicación. (SANTOS Gracia, Caridad. ARMAS Rigal, Nieves. Danzas populares tradicionales cubanas Editorial Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello. La Habana. Cuba.2002.pp 9).
Las expresiones músico- danzarias portadoras de la cultura cubana parten, en esencia, de las expresiones corporales que aportaron las migraciones de las diferentes regiones peninsulares ibérica y de Islas Canarias, así como de las diversas danzas de los diversos grupos de África Occidental Subsahariana, a las que se agregaron con posterioridad las influencias de algunas zonas de área del Caribe, como Jamaica, Haití e Islas Caimán.
Los estudios sobre la cultura popular tradicional gozan hoy de más reconocimiento social e interés gubernamental, a partir de la Convención aprobada por la UNESCO en el año 2003 sobre los saberes tradicionales, los espacios culturales y otras prácticas que forman parte de la memoria colectiva y de la oralidad, es decir, sobre lo que desde hace más de un decenio ha sido identificado en América Latina y el Caribe como Patrimonio Cultural Vivo.
Cada individuo es portador de su propia cultura y de su propia identidad, por lo que la búsqueda de cada motivo de esa identidad y del sentido de pertenencia hacia el barrio o comunidad, es lo que lo hace sentir mucho más cubano, caribeño, y mucho más latinoamericano.
Todo el abanico o panorama de expresiones y manifestaciones tradicionales, constituye también un amplio diapasón que muestra la riqueza de la diversidad cultural, heredero de un amplio legado traído de todos los continentes, formando así lo que es hoy nuestra cultura. En ellas predomina la oralidad como patrimonio compartido, y esto fortalece sin duda el sentido de pertenencia, el sentido de la visión colectivista en la sociedad que lo circunda. Por tanto, la cultura popular tradicional en Cuba tiene múltiples fuentes nutricias y sus principales exponentes forman parte de un impetuoso proceso de desarrollo, que se evidencia en nuestros días en cada lugar que encontremos un escenario que refleja nuestra cultura.
1- JAMES Figueroa, Joel. Revista del Caribe Nro 48. Reflexiones sobre la cultura popular tradicional. 2007. pp 6
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