Por Reny Martínez
Estamos asistiendo en la mayor de las Antillas al retorno a los escenarios de manera presencial, después de un largo período de confinamiento domiciliario y luego de otro en las plataformas digitales, de la principal compañía de la danza académica del país, el Ballet Nacional de Cuba, que lo ha realizado con bríos juveniles ante una fiel y apasionada audiencia, admiradora de sus habituales excelencias balletísticas.
Primeramente, y con tino, se afanaron en las presentaciones de programas de concierto, conformados por estrenos absolutos firmados por creadores foráneos y locales, así como una variedad de reposiciones donde alternaron las principales figuras del elenco con los talentos bisoños del actual cuerpo de baile (de probadas condiciones técnicas y artísticas). Su joven e inteligente directora general, la bailarina Viengsay Valdés –de aún breve ejecutoria en el sitial de la eximia fundadora Alicia Alonso-, ha tomado positivas decisiones, con vista larga, para proteger el futuro de este encumbrado ´´buque insignia´´, poseedor de un bien ganado prestigio internacional, con la anuencia y apoyo del ministerio rector de la cultura, al conducirla en una gira nacional pospandemia, para goce de los públicos provinciales afortunados con instalaciones adecuadas al efecto, y para beneficio de los bailarines más destacados en los diferentes estamentos del cuerpo de baile del BNC. Como parte de estas estrategias, se revela el repertorio elegido que incluyó piezas de diversas épocas y estilos.
Foto: Ballet Coppelia. Cortesía BNC
Ahora, nos detendremos en las presentaciones del pasado fin de semana del mes de marzo, cuando tuvimos la privilegiada ocasión de admirar en la escena capitalina la espléndida producción de ´´Coppélia´´, una de las más famosas obras del repertorio tradicional, cuyo estreno se produjo el 25 de mayo de 1870 en la antigua Ópera de París (entonces con sede en el Théatre Impérial), cuando todavía las mujeres interpretaban los papeles masculinos en el ballet. En Cuba, fue uno de los primeros títulos escogidos por Alicia Alonso, al fundarse en 1948 la compañía de ballet con su nombre, para integrar el repertorio de la entonces nueva agrupación. El afamado maestro Léon Fokine fue el encargado del montaje y trajo una versión sobre la creada por Marius Petipa. La Alonso encarnó el rol protagonista de Swanilda el día de su estreno, el 28 de diciembre de 1948 en el teatro Auditorium de la Sociedad Pro Arte Musical, hoy Amadeo Roldán (en espera de su ansiada reconstrucción).
En esta ocasión, la dirección del BNC ha tenido que afrontar un importante éxodo (voluntario o involuntario) de bailarines, que en su anhelo de alcanzar nuevos horizontes artísticos se lanzan a un futuro incierto. Por lo tanto, en esta reposición asumen los roles protagonistas bailarines jóvenes bisoños, que nunca antes los habían encarnado y salen airosos merced a la guía de maitres y asesores, quienes tendrán la ardua responsabilidad de superar sus debilidades interpretativas y técnicas.
Foto: Ballet Coppelia. Cortesía BNC
Por habitual gentileza del BNC, pude asistir a dos de las cuatro funciones programadas en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba. En la primera, Swanilda bailó en la piel de la más experimentada de las primeras bailarinas en activo, Anette Delgado, quien esta vez no contó con el primer bailarín Dani Hernández, su partner regular, sino con el debutante primer solista Narciso Medina. En la segunda oportunidad, función que clausuraba esta corta temporada, pude apreciar los avances técnicos e interpretativos de dos debutantes, Daniela Gómez y Anyelo Montero, primera solista y corifeo respectivamente.
Esta obra maestra de la danza clásica exhibe un desequilibrio evidente entre la brillantez en la ejecución técnica de los pasos y la interpretación dramática cargada de matices variopintos; es una fantasía burbujeante y una comedia romántica con aristas de ingenuas humoradas, dentro de una cristalina narrativa. Las dificultades técnicas a sortear en sus solos y variaciones fueron introducidas por una virtuosa del género, como ha sido una de sus icónicas intérpretes, Alicia Alonso. Ello resulta evidente desde el solo inicial de Swanilda, donde un endiablado vals incluye atemorizantes pasos y giros a ejecutar con brillantez, precisión y gracia.
Otras versiones concentran su desarrollo escénico en el aspecto de la pantomima –muy importante en particular en el acto segundo-, y en las evoluciones corales de las danzas de carácter: talón de Aquiles de estas representaciones, que incitan a este cronista a reclamar la invitación inmediata de un maestro foráneo experto en la transmisión de los estilos correspondientes. Por otra parte, los intérpretes alternantes del Dr. Coppelius tuvieron un loable desempeño, en particular el primer bailarín demi carácter Ernesto Díaz y el debutante Pablo Lagomasino, aun en las filas del cuerpo de baile. Las paradigmáticas interpretaciones de José Parés, Adolfo Roval o Alberto Méndez, están frescas en nuestra memoria.
Foto: Ballet Coppelia. Cortesía BNC
Me atrevo a reprochar algunos lunares en la producción escénica de estas representaciones, como fue el caso de la instalación desajustada de los telones escenográficos; así como el diseño de luces, particularmente en el segundo acto los infelices seguidores con los muñecos. Es de conocimiento que esta producción fue concebida originalmente para la escena del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, algunos re-ajustes fueron más logrados que otros.
En cuanto al soporte musical, la entrega fue en general conseguida, si tenemos en cuenta la ejecución de jóvenes egresados recientemente de sus conservatorios que, en breve tiempo, tuvieron que familiarizarse con una partitura de Delibes elogiada por el propia P.I. Chaikovski en su estreno decimonónico. Conspiró un tanto la desigual sonorización de la microfonía instalada en el profundo e inmenso foso de esta gran sala teatral. Confiamos en el rigor del maestro Yohvani Duarte para conseguir más claridad y pasión en futuras entregas.