Por Marilyn Garbey Oquendo
Fotos: Adolfo Izquierdo
Las últimas presentaciones de Danza Contemporánea de Cuba tuvieron lugar el Día Mundial de la Danza. El programa incluía Consagración, de Christophe Béranger y Jonathan Pranlas-Descours, y Matria Etnocentra, de George Céspedes; piezas que se renuevan ahora porque adquieren nuevos matices a la luz de los tiempos que corren.
Consagración carga con el peso de la tradición. La obra provocó gran escándalo en 1913, cuando Stravinski y Nijinski la estrenaron y, desde entonces, ha ejercido una gran atracción para los creadores. Figuras como Leónide Massine, Mary Wigman, Maurice Béjart, Pina Bausch, Sasha Waltz, Kenneth MacMillan, Javier de Frutos, Akra Khan, se han inspirado en el rito de la llegada de la primavera.
Fue el novelista Alejo Carpentier quien primero abordó el asunto en Cuba y trajo hasta Baracoa a la bailarina rusa que, según cuenta, era parte del elenco del sonado estreno. Recientemente fueron mujeres las que marcaron las variaciones: Lilian Padrón para Danza Espiral y Sandra Ramy para Teatro Persona.
En 2016, la compañía que dirige el maestro Miguel Iglesias, alcanzó el sueño de bailar Consagración. Esta nueva vuelta de tuerca al tema también propone celebrar el arribo de la primavera como signo de esperanza de una vida más plena, pero ahora todos pueden ser elegidos para el sacrificio ritual; por eso bailan con tanta pasión.
Creada especialmente para la agrupación danzaria por los coreógrafos franceses, la pieza establece un diálogo entre la tradición de representar la obra y la técnica cubana de danza moderna, cuya base fundamental es la herencia afrocubana.
Se baila en cubano esta Consagración. Hombres y mujeres convergen en escena; blancos, negros, mulatos, gente joven en plenitud física, con cuerpos hermosos que comprometen su espiritualidad para desplazarse en escena. Caderas en rotación, piernas que se elevan al infinito, brazos ondulantes, torsos flexibles, saltos espectaculares, solistas que interactúan con el coro.
Para el diseño de vestuario —firmado por los coreógrafos y por Vladimir Cuenca— se eligieron telas que resaltan el color de la piel de los intérpretes, y así subrayan la diversidad racial de la compañía. Un trozo de tela vela el rostro de los bailarines a lo largo de la pieza y se convierte en parte de su cuerpo; solo se descubren cuando se ejecuta el sacrificio que da paso a la vida. A la primavera se le espera bailando, gozando, cantando.
Los bailarines volvieron a exhibir la impresionante condición física que los caracteriza y que los convierte en virtuosos del movimiento. Debo decir que, tras largas sesiones de trabajo con el maître Yoerlis Brunet, han comprendido las esencias de la coreografía y son capaces de evidenciarlas en escena. Todos merecen aplausos —de manera especial fueron agasajados por el público los solos de Ilián Rodríguez y de Stephanie Hardy.
En tiempos en que suenan los tambores de la guerra en varios países del mundo, bailar para que renazca la vida es un acto de fe.
Ven y muévete
Para cerrar la velada, Danza Contemporánea de Cuba puso en escena un clásico de su repertorio: Matria Etnocentra, del laureado George Céspedes; una apuesta contra los dogmatismos, a favor de la vida plena.
En esta coreografía los bailarines se mueven al unísono, en compacto grupo, semejante a una formación militar. Se reiteran los pasos, como si hombres y mujeres fueran autómatas, como si solo fuera posible vivir siguiendo rígidas normas de comportamiento social.
Los gestos de los danzantes evocan las ejecuciones de nuestros bailes tradicionales como guaguancó, columbia, yambú, que por suerte se conservan en sutil exploración de los signos identitarios de la nación.
Ven y muévete, acordes con los que Juan Formell y sus Van Van pusieron a bailar a toda Cuba, son redimensionados por los músicos de Nacional Electrónica. La banda sonora es una franca invitación a moverse con el corazón, a romper con la uniformidad y la rutina, a ponerle emoción a la vida.
Cuando irrumpe la desgarrada voz de Bola de Nieve, Vete de mí, para acompañar el solo interpretado por Ilián Rodríguez, la obra alcanza un punto climático. Y para redondear la inspiración del coreógrafo, el diseño de vestuario, también concebido por Céspedes, resalta la idea de romper la monotonía, de ponerle colores a la grisura.
Otra vez vuelvo a elogiar al elenco, gente joven cuya vida fue sacudida por la pandemia de la Covid-19, quienes se esforzaron para llenar de vitalidad esta pieza que data de 2015 y compartirla con un público que los ovacionó al finalizar la representación.
La temporada recién concluida se inscribe en los festejos por el centenario de Ramiro Guerra, el fundador de la compañía. Los bailarines se encuentran en extraordinaria forma, gracias al trabajo constante en los salones. Espero que se multipliquen las presentaciones a lo largo y ancho del país, tal y como lo hace el Ballet Nacional de Cuba, para que espectadores de todos los rincones de la Isla puedan aplaudirlos.