Toda la Danza

Cuerpos. Acosta Danza en su más reciente temporada

Ay cuerpo,

cuerpecito mío,

qué caña te he metí´o en estos años

que llevo de camino perdí´o.

-Bebe

Camila Novas

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Danza es igual a movimiento del cuerpo. Acompasado, siguiendo un ritmo y una idea premeditada o improvisada...pero en esencia es eso, mover el cuerpo. Un concepto bien obvio, ¿no? Sin embargo, de vez en cuando es recurso artístico en sí. El cuerpo puede ser ya no el pretexto, o camino hacia algo más, sino el propio protagonista. El cuerpo y sus cambios, sus esfuerzos, sus tensiones, su expresividad toda. El entrenamiento del bailarín está permeado de evidentes cambios desde el inicio, y posee infinitas condiciones expresivas para, digamos, evidenciar con mayor claridad esfuerzos y tensiones. Pero el cuerpo como mapa de nuestro devenir no pertenece exclusivamente a los bailarines, sino obviamente a todos los seres humanos. El cuerpo es portador y hasta medidor de nuestras vivencias, emociones, experiencias. Nuestros cuerpos relatan nuestra historia de vida, y todos podemos identificarnos con estos cambios y sentirlos como nuestros.

Precisamente bajo el cenital estuvo el cuerpo como encargado de contener y expresar lo más intrínseco del ser en esta temporada de Acosta Danza que, directo y al punto, se hizo llamar así: ¨Cuerpos¨. Dedicada a lo que hacen estos artistas con su herramienta fundamental, la selección de las obras respondió con creces al apoyo de esta temática. Todas las obras, si bien funcionan por separado, se hermanaron en el propósito de hacer lucir al cuerpo del danzante como protagonista cimero. En palabras del propio director general de la compañía, Carlos Acosta, en las notas del programa: ¨Si hay algo en que coincide el público y la crítica es en el poderío físico que demuestran nuestros bailarines. En esta temporada hay diferentes acercamientos a cómo se expresan sus cuerpos en obras que demandan muchas destrezas físicas.¨

Las obras encargadas de dicho propósito fueron: de Marianela Boán, Cruce sobre el Niágara y Cor, ambas ya abordadas por la compañía; Impronta, de la española María Rovira; Soledad, del también español Rafael Bonachela, y el esperado estreno mundial de Mundo interpretado, del brasileño Juliano Nunes.

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De Cruce sobre el Niágara impresiona el enorme control que permite ese poderío físico de los ejecutantes. La obra se esmera en la pretensión de lucir a ambos varones, a cuerpos casi desnudos, para que el espectador no pierda ni un solo detalle, ni una sola contracción muscular que logra el control y el equilibrio deseados por Boán. El acercamiento de estos dos cuerpos recordaba lo deseado en la técnica del Contact Improvisation, en donde el estímulo del contacto de los bailarines por un punto del cuerpo de ambos propicia y rige el movimiento de los dos sin que esos puntos del cuerpo se separen en toda la acción. Mucho de eso tenía la obra de Boán, de estar conscientes de cada acción, de cada movimiento del cuerpo propio, pero también del ajeno, en una fusión que complacía la expectación.

Con igual intención regresa Cor, obra de exquisito dinamismo, con varios momentos y diferentes matices, que fuera estrenada el pasado año con éxito rotundo. Dúos contrastantes como el de los bailarines Zeleydi Crespo y Carlos L. Blanco, que expresaba la rabia, la fuerza que una vez hemos sentido todos, contrario a la suavidad y calidez que nos ofrecía Gabriela Lugo y Alejandro Silva. La música adquiere, más que protagonismo, visibilidad, pues trabaja encima del mismo escenario, los bailarines cantan, actúan y percuten sobre los tambores.

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La impronta de la catalana Rovira se agradece siempre por su calidez. De ella se sabe que tiene una sólida y por suerte duradera relación con la compañía residente en Cuba e incluso con nuestro Ballet Nacional de Cuba. Esta vez nos presenta un solo femenino que aprovecha la tan discutida sensualidad de esa mujer cubana con la fusión de elementos de la danza contemporánea y la folclórica. Pasos de estos dos estilos se entrelazan, tejidos por la frescura de la bailarina Gabriela Lugo.

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Bonachela retoma la típica relación de amor-odio entre los amantes, en un dúo íntimo, sensual, en ocasiones desgarrador. No podía faltar pues, el tango como recurso expresivo de perfecto complemento, y la inigualable moradora del bulevar de los sueños rotos, la Chavela Vargas para propiciar el climax de la relación de estos personajes que viven su juego de aceptación-negación cual círculo vicioso del que quizás nunca saldrán.

La interpretación del mundo que propone Juliano Nunes es a través del prisma de la obra de la artista plástica Glenda León. Nunes nos cuenta que fue el propio Carlos quien le sugiere la idea de trabajar con Acosta Danza, y quien le presentara a la artista visual y su obra. El coreógrafo utiliza para su mundo interpretado en primer lugar las similitudes culturales a su ver entre los cubanos y los brasileños, hecho que le hace sentir muy cómodo con los habitantes de la isla. Luego también la versatilidad de los bailarines de la compañía, que motiva a interpretaciones y aportes personales a la obra coreografiada: ¨Para mí la inspiración viene del bailarín: yo tengo la idea, pero los movimientos vienen de la capacidad de los bailarines. Yo puedo dar la estructura de la coreografía, pero al final yo no estoy en el escenario, son los bailarines los que tienen que hacerse responsables de la coreografía.¨ Una obra en donde la visualidad, en primer lugar sin movimiento, es motivo de un sinfín de -en efecto- interpretaciones, desde la positividad y el canto a la vida, hasta la necesidad de la creación artística, la propia existencia del arte y sus potencialidades.

El cuerpo, entonces, es el continente de nuestras reacciones, expectativas, sueños y desengaños. El contenido solo puede dar infinitas posibilidades de expresión, y dentro de ellas, lo mejor algunas de las danzarias sean nuestras preferidas. De vez en cuando es sano ejercicio pues, cambiar la óptica y ver al cuerpo como pretexto. Obras como estas pueden ser, como mínimo, algunos de sus beneficios.

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