Norge Espinosa Mendoza
Fotos tomadas de Cubaescena
Desde su célebre estreno en el Teatro de los Campos Elíseos, La consagración de la primavera goza de una reputación bien ganada en términos de desafío y escándalo. Una mezcla explosiva vino a ser la del talento musical de Igor Stravinsky, y la ansiedad de rupturas del bailarín y coreógrafo VaslavNijinsky, ambos impulsados por la mirada de Serguei Diaghilev, mentor de los Ballet Russes. Inspirada en escenas y viejos ritos de la Rusia pagana, la obra desconcertó al público de aquella noche parisina de mayo del 1913, y perdura en el recuerdo como un motín, más que como una premier. Obra adelantada a su tiempo, como mucho de lo que en tanto coreografía propuso el aplaudido protagonista de El espectro de la rosa antes de sumirse sin remedio en la locura, tendría que esperar a reposiciones y reconstrucciones de su idea original, para que pueda comprenderse el reto que en sí misma ya era Le sacre du printemps. A ella han vuelto compañías y creadores, siguiendo o no de manera literal la pauta de Nikinsky, para volver a plantearse, sobre las disonancias y estridencias de una partitura tan demoledora, cuestiones esenciales acerca del ser humano, su relación con lo real y con lo mítico.
En Cuba, solo en el año pasado, coincidieron varias reapropiaciones de La consagración… Danza Contemporánea de Cuba y Danza Espiral la sumaron a sus repertorios, en propuestas de interés, debida la primera a los franceses Christopher Béranger y Jonathan Pranlas-Decours; y a Liliam Padrón, respectivamente. Con solo una función que sirvió de apertura a la segunda edición del Festival Habana Clásica, Sandra Ramy, líder del proyecto Persona, añadió Sacre a esta serie de relecturas, a fines del 2018. Pude enfrentarme a esta coreografía en una función ofrecida en Fábrica de Arte Cubano. A diferencia de su estreno en el Teatro Martí, aquí no estuvieron junto al bailarín Abel Rojo los destacados pianistas Marcos Madrigal y Alessandro Stella, que interpretaron a cuatro manos las notas del gran compositor ruso. Por suerte, el talento del intérprete aportó suficiente vitalidad y energía a su entrega como para que el eco de la música redondeara ante nosotros el concepto en solitario por el que Sandra Ramy decidió apostar.
A diferencia de muchas de las revisiones del original, en términos danzarios, aquí hay una sola figura en escena, multiplicada por los nueve espejos que cierran el espacio a manera de semicírculo. El vestuario del bailarín, esta especie de Adán atrapado entre esas imágenes y la certeza de no saber cuál de ellas puede ser su verdadero rostro o incluso su verdadero Yo, nos remite a lo ultramoderno, a una clave que siendo intemporal, nos advierte que estas interrogantes no se limitan a una época, sino que nos acompañarán quizá hasta el fin de los tiempos. Sin más apoyo que eso y las luces, también diseñadas como su ropaje por Guido Gali, Abel Rojo se hunde en esta imponente tarea que es sostener, con todas sus dotes, un solo extenso, durante el cual la partitura lo somete a un estado constante de alerta, de tensión, de indagación sobre su propio rol en el escenario. Ajeno a cualquier literalidad, el desafío que asumen la coreógrafa y Abel Rojo reactiva cuestionamientos sobre la vida, la muerte, la presencia y la ausencia, la libertad elegida y la nostalgia por un tiempo acaso menos mecánico, menos predecible, más dionisíaco.
Confieso que La consagración de la primavera es una de mis piezas musicales preferidas. Oírla, de vez en vez, ayuda a limpiarnos la mente de convenciones, de acomodos, de respuestas inmediatas. Eso la hace revolucionaria más allá de la anécdota de su estreno, y le ha permitido sobrevivir, ir de mano en mano, de coreógrafo a coreógrafo (Béjart, Graham, Pina Bausch, Hodson y Archer…), e incluso a la reducción a la que sometió Disney en su filme Fantasia, de 1940. Oírla ahora a dos pianos, sin que el célebre fagot me introdujera en su atmósfera, me permitió un reencuentro feliz. Ejercicio de depuración y muestra de un lenguaje que se equilibra entre el campo físico del cuerpo y las ideas que éste desata, proyección de otra idea del Sacrificio como eje que guía a todo aquel que pueda acercarse a un proyecto tan demandante como éste, Sacreconcentra las potencialidades del original y subraya al ser humano como danzante en pos de su destino, o de las interrogantes que éste le propone y se le escapan. Sísifo en un trance que lo arroja al baile, Narciso en peligro constante, el protagonista de esta otra “consagración”, vuelve siempre a un estado primordial. Y cuando desaparece, solo nosotros, sus espectadores y cómplices, estamos en los espejos.
Ojalá tenga Sacre más funciones y más aplausos. Merece eso y mucho más. Verla a pocas horas del fallecimiento del maestro Ramiro Guerra, fundador de la danza moderna en nuestro país, me hizo pensar en su biografía, en los días en los que se atrevió a salir también solo al escenario, para, en medio de la indiferencia general y acompañado por las piezas de Erik Satie, lanzarnos a la cara un desafío del cual esta obra viene a ser un eco provechoso.