Toda la Danza

Como hubiese querido verla Théophile Gautier

Alejo Carpentier

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La Ópera de París, el gigantesco teatro concebido por Charles Garnier en los relumbrantes, aunque endebles días del segundo imperio francés, es teatro de paradojas. Allí fue silbado el Tannhäuser de Wagner, aunque allí fue aclamado también El ruiseñor de Stravinski muchos años más tarde. Allí se vivió durante harto tiempo a costas del Fausto de Gounod, aunque allí en fecha memorable y bastante reciente aún, habría de dirigir Pierre Boulez el Wozzeck de Alban Berg. Después las pinturas académicas de Paul Haudry, que adornaban el techo de la sala, fueron sustituidas por pinturas frescas, ocurrentes, graciosas, de Marc Chagall y la Ópera con altibajos de dirección y de administración, con criterios opuestos en lo técnico y en lo estético, conoció momentos de gloria y momentos de cámara lenta, sin que, en fin de cuentas, mermara su inmenso prestigio como uno de los altos lugares, de los sitios de consagración de talentos vocales y danzarios venidos de todas partes, de los conjuntos líricos y coreográficos más destacados del momento. En fin de cuentas, con todos sus momentos de crisis, la Ópera de París es una encrucijada artística donde no se trabaja sino a tino seguro, cuando se presenta el conjunto de Bayreuth en repertorio wagneriano, Christophe en Don Carlos, María Callas en Medea, o algún otro artista capaz de atraer un inmenso público a una inmensa sala. De ahí que el debut de Alicia Alonso en la Ópera de París revistiera, para cuantos admiran su genio, una suerte de solemnidad. El público de ese teatro es difícil por lo mismo que ha visto y enjuiciado lo mejor en todos los sectores del canto y de la danza. Suele mostrarse frío distante, crítico, poco llevado a exteriorizar su emoción, si es que la tiene, en un local demasiado vasto para propiciar una comunicación humana de espectador a espectador. Y ese público llenaba totalmente la sala de la Ópera, la noche del debut de nuestra Alicia lo cual lejos de constituir una garantía de éxito, resultaba un peligro mayor. Allí, antes de que se alzara el telón millares de ojos muy habituados ver cosas portentosas, estaban presentes para ver y juzgar, dispuestos, de antemano, a no dejarse asombrar por nada.

Y apareció Alicia en Giselle. Hubo una expectación intensa y poco a poco, imponiendo su gracia calculada, su armonía humana, su ciencia que nunca parece ciencia, su poder de trascender el gesto para llevarlo al plano de la emoción pura, Alicia se apoderó del público. “Tú eres Giselle” ―le dijo un día Maurice Béjart―. Y Giselle, una vez más, se hizo carne y habitó entre nosotros. Al final del primer acto, los danzantes, rodeando su forma caída en el escenario, no respondieron con un gesto, inmovilizados como figuras de cuadro, a las ovaciones, los gritos, que los invitaban a saludar. Pero había que guardar esa inmovilidad, para preparar la visión fantasmagórica del segundo acto imaginado por uno de los más grandes poetas románticos.

Y en el segundo acto, Alicia se entregó a una danza que, en el primero más recurre a la pantomima por necesidades de la acción dramática. Y fue el triunfo. La interpretación era interrumpida por enormes aplausos y manifestaciones de entusiasmo, ante la interpretación de nuestra compatriota magníficamente asistida por su bailarín Cyril Atanassoff. Y, al final, fueron tantas y tantas llamadas a escena, que no tuve ánimo de contarlas, sin que el público de la Ópera de París, dejando por un día de ser el público escéptico y frío de siempre, abandonara sus localidades para poder aplaudir a la estrella hasta su último gesto de agradecimiento.

Después de la función se ofreció un coctel a Alicia en el Foyer de la Danza del Teatro, prestigiado por los retratos de Taglioni, la Grisi, Fanny Elssler y otras grandes de la coreografía del siglo pasado... Daniel Lesur, administrador de la Ópera, se acercó a nuestra gran bailarina: “Alicia ―le dijo― desde hacía mucho tiempo, desde el siglo pasado, Giselle era una pieza de museo, una cosa muerta. Usted con su genio, la ha revivido, nos la ha restituido. Gracias a usted la vimos esta noche como hubiese querido verla Théophile Gautier”. Creo que nada tendría yo que añadir a estas palabras.

Tomado de Cuba en el Ballet Vol.3 No. 2 1972

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