Por Rubén Darío Salazar
Por dos años se alejó el arte del ballet de la escena del Teatro Sauto (Monumento Nacional) en Matanzas. Más nadie olvidó su huella poderosa, un rastro labrado en nuestro pueblo, concienzuda y empecinadamente, por la tríada Alonso y su tropa danzaria, conocida mundialmente como Ballet Nacional de Cuba.
Ni la pandemia cruenta, ni los vaivenes económicos y sociales, ni la globalización del mal gusto, ni el auge de la cultura de la inmundicia, esa que aupa la chabacanería, lo pedestre y lo vano, que apuesta por el dinero, jamás por el alma, que enseña a morder o lamer las manos de benefactores y patrones, según la condición imperante, en fin, que lo oscuro no pudo ganarle totalmente la batalla a la luz. Tres días de funciones a teatro repleto, con las medidas sanitarias exigidas, pero con la inspiración libre e inatrapable en el patio de butacas del coliseo escénico diseñado por el italiano Dall´Aglio en el siglo XIX.
El respetable estuvo atento y emocionado, aunque también preso, una gran mayoría, del dominio que ejerce en los humanos la tenencia de teléfonos móviles. Los encendían y revisaban sin poder contenerse, en medio de un programa artístico que potenció los sentimientos amorosos desde diferentes obras nacionales y extranjeras.
Foto: La muerte de un cisne. Cortesía BNC
LOVE FEAR LOSS, del brasileño Ricardo Amarante, una pieza de 2012, con música en vivo, a piano, se basa en los temas más conocidos de la pequeña gigante Edith Piaff. Pianista y bailarines unidos por la misma cuerda, elegante y exquisita de la coreografía. Le siguió SUITE GENERIS, de nuestro clásico Alberto Méndez, con una banda sonora que se apoya en Haendel y Haydn. Esta obra que no envejece, a pesar de haber sido estrenada en 1988. Su título sugerente, a tono con el humor y desenfado que conlleva la interpretación, exige una técnica limpia y virtuosa que los jóvenes bailarines desafiaron. El dúo de amor de una obra mayor como lo es PRÓLOGO PARA UNA TRAGEDIA, del canadiense Brian Mac Donald, con música de Johann Sebastian Bach, y estrenado en la isla en 1978, se queda a medias sin sus otras partes, inmerso en un programa contemporáneo, donde nunca apareció el tutú clásico que muchos esperaban.
Foto: Majisimo. Cortesía BNC
El cierre de la primera parte correspondió a la joven coreógrafa y bailarina Ely Regina Hernández con INVIERNO, una creación reciente. Hay que seguir a esa muchacha. Su traducción de la música de Chaikovski en hermosos pasos y gestos, completó el tema amoroso que primó en el programa concierto. Annette Delgado y Dani Hernández ratificaron el porqué son primeros bailarines. Precisión, dominio y la madurez para asimilar otros estilos en sus cuerpos, sin perder un ápice de gracia y donaire. Luego del intermedio regresó a escena el potente solo del francés Michel Descombey LA MUERTE DE UN CISNE, estrenado en 1982. Fragilidad y fuerza se unen a la belleza del ave desde el cuerpo masculino. Dani Hernández otra vez crecido y pleno. Para el final trajeron MAJISIMO, del cubano Jorge García, estrenado en 1965. Con la suite de danzas de la ópera EL CID, de Jules Massenet, arma una coreografía vibrante, refinada en sus aires y gestos ibéricos. Los ocho bailarines en escena estuvieron imantados por la hermosa música y los complejos pasos. Mostraron poderío interpretativo y armonía grupal, todo completado por el atractivo vestuario del maestro Salvador Fernández.
Foto: Invierno. Cortesía BNC
El Ballet Nacional de Cuba es una compañía de más de 70 años y a la vez es jovencísima. Su actual directora, la primera bailarina Viengsay Valdés, al lado de su tropa en todas las funciones matanceras, está inmersa en el desarrollo y estabilidad de una institución con una rica historia. No es y no será una tarea fácil, pero tampoco imposible. Hay fuerza ahí, y talento y pasión por la danza. El Ballet Nacional de Cuba es una hendija de esperanza en nuestra isla. Un talismán de sueños y realidades cuya brújula es también responsabilidad de todos los cubanos.